domingo

11:20 pm.



11:20 pm.
Luego de mirar la hora en su teléfono móvil baja del bus en el paradero más cercano, tiene que caminar unos quince minutos en sentido sur hasta su apartamento que queda en el segundo piso de una casa de tres niveles, diez minutos si anda a paso rápido. Vive en un sector del norte de una ciudad sin nombre, parece un barrio que hubiese sido sacado de los suburbios y llevado por los aires a un punto rodeado por los barrios donde viven los adinerados. El camino lo conoce bastante bien, ha recorrido varias rutas alternas que ha ido abandonando pues ha sufrido malas experiencias con la, para él, ralea de delincuentes comunes. Va vestido de vaqueros prestados que le aprietan un poco las piernas pero que le quedan sueltos a la altura de las caderas, camiseta marrón cubierta por un saco con capucha de algodón azul oscuro y unos tenis que no alcanza a llenar con sus pies. Lleva en su mano izquierda 'El sendero de los nidos de araña' y en la otra un cigarro mentolado encendido con el que se engaña diciendo que hace menos daño que los demás cuando por dentro reconoce que es todo lo contrario.
Camina con paso apresurado esperando no verse nervioso, cruza la primer calle por la esquina, un restaurante de mala muerte, un pequeño parqueadero, el supermercado cerrado y de nuevo una esquina. Cruzando la calle se ve obligado a pasar por un corto y estrecho corredor entre las escaleras de un puente peatonal y la pared de un local cerrado contra la que hay recostado un hombre robusto de chaqueta amarilla que juguetea con un objeto metálico que parece ser un llavero en su mano. Piensa improperios en contra de los urbanistas que permiten que se construyan ciertos lugares tan cerrados en la ciudad pero espera que su caminar decidido y su cigarro desvíen la mirada del bolsillo izquierdo de los vaqueros en el cual lleva el teléfono móvil. Algo más le preocupa, hoy ha cobrado una pequeña pensión, el dinero a duras penas le alcanza para sobrevivir a ras hasta el siguiente mes. Lleva el dinero enrollado lo más apretado que pudo y metido en un angosto bolsillo que hay dentro de otro de mayor tamaño. El asadero aún tiene pollos dando vueltas en el asador que deja descolgar a cada tanto, y de manera que a él se le antoja un poco macabra, las alas de los plumíferos descabezados y desnudos. Finalizando la cuadra hay un encorvado hombre viejo que orina de manera impúdica en el portón de una joyería cerrada.
Siguiente calle. El semáforo cambia justo en el momento en que va a mitad de la calzada, un auto blanco, uno verde, dos taxis amarillos y un gran bus rojo y blanco (que ya es gris), se abalanzan rugiendo hacia el; tiene que dar un par de saltos apurados para alcanzar la acera antes de que alguno se lo trague por debajo de las ruedas.
En la esquina, la señora que vende arepas y papas con chorizos fríos que le generan desconfianza le ofrece lo que vende, mas el pasa sin poner atención. Desearía tener unos audífonos para ir escuchando música y no prestar atención a esos detalles del camino que tanto le desagradan. No es elitista, solo le intimida un poco el siniestro cuadro que forma el conjunto de personas que decoran su ruta. Junto a la vendedora ambulante están las dos entradas fundidas con la pared de las que emana luz de neón, la una azul y la otra magenta (aunque su mente le diga que ese color es rojo) y, a manera de puerta, una cortina de palitos que cuelgan del dintel ayudados por una cuerda de cáñamo.
Dos buses de servicio urbano están estacionados frente a las luces de neón, los conductores y sus ayudantes toman tinto y fuman mientras conversan; él siempre se ha preguntado por ese lugar del que se asoman tristes prostitutas feas, gordas, secas, que le miran con lascivia al pasar. No entiende porqué un lugar así tiene tantos visitantes que deciden esperar afuera en la fría noche a entrar en el antro, pero que aún así siempre están de pie, ahí, afuera.
La cuadra mas larga es la que sigue, tan larga como seis manzanas juntas, empieza con una cerca de alambre de púas que encierra unos matorrales y a la vez le hacen sentir encarcelado, cerca que se extiende mas o menos lo largo que sumarían tres cuadras juntas; la otra mitad esta bordeada por una larga pared de dos metros de alto que forma parte del perímetro de un motel del cual ha visto salir vehículos con placas oficiales (le divierte jugar a adivinar que político importante va ahí y con quien), esta vez todo el lugar se ve sólo. Ya va terminando el recorrido, solo un par de desvíos, los únicos del camino y llegará a salvo a buscar sosiego en su cama, en la noche que acompaña con insomnes conversaciones entre su cerebro y él antes de irse a acostar... -Hm, acostarse-, piensa, los placeres de una buena noche abrazado a sus almohadas soñando mil cosas, soñando algo, soñando (si tuviera) a alguien .
La esquina. Antes de doblar un hombre le toma por sorpresa:
-Joven, 'nas noches.
- 'Tonces - Atina a contestar tímido y a destiempo. Estas cosas no ocurren jamás.
Sin más pasa invicto.
Dobla. La calle se presenta desierta. Poco más de cien metros hasta el último desvío y de ahí otros cincuenta y habrá llegado. Aprieta el paso, una mujer vestida de blanco y de caminar hombruno pasa por la acera que hay en frente.
Dobla de nuevo, ya siente el vaso de gaseosa que tomará al llegar, rasgando su garganta, aniquilando su sed; solo unos pasos más y su paranoico caminar habrá terminado por hoy, solo queda superar la casa que sobresale de las demás dejando un pequeño rincón. Se atreve a mirar la hora en su teléfono móvil, 11:30 pm.
Dos, tres, cuatro pasos... Frío. Acero. Dolor. Un ardor recorre la parte izquierda de su espalda y algo caliente discurre tiñendo de lento carmesí la longitud de su dorso, oxidando su piel, oxidando su camiseta, oxidando el concreto que con una pálida mueca se acelera hacia su rostro, el tiempo se contorsiona...

7:30 a.m. ¡Otra vez tarde!, maldice el reloj despertador que no despierta, clase en la universidad en treinta minutos y el sólo recorrido toma casi una hora con el tráfico normal, eso si algún imbécil no se estrelló, nace y muere un odio tan instantáneo como infundado. Ducha rápida, cama sin hacer, sin desayuno, ya es muy tarde. Camina unos ciento cincuenta metros mal contados hasta la avenida, espera el bus y mira hacia el norte; imagen tras imagen se revive en su cabeza el sueño de anoche y una gota de sudor helado hiere lentamente su espalda, vertebra a vertebra. Esta noche, sobre las 11:20 p.m. recorrerá exactamente los mismos pasos.


-Imagen tomada de http://photos.delomio.com/index.php?showimage=18

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